Sentado en una esquina, al fondo del sombrío cuarto, en aquella desolada y polvorienta casa, dejaba entrever su verdad.
Encorvado, sin camisa y resaltando en su piel el sudor abundante, respiraba ansiosamente sin cesar. Los eventos previos a ese estado lo condenaban a esa combinación de rostro cansado, ojos aterrados, cabello revuelto, manos temblorosas. Su cuerpo era el reflejo palpitante de su verdad...en el agonizar del día.
Gabriela Montiel
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