Se despeja la piel que intenta mentir, mientras los pasos se hunden cada segundo un poco más. El ritmo de la noche se aprisiona en los nervios, cortados por la impaciencia, por el no querer esperar, por el no querer ceder a lo inevitable.
La máscara de tanto uso se desgasta, la palabra de tanto abuso ya no expresa, ya no siente, ya no encuentra hueco en los otros precipicios, en las presunciones, en los imprevistos.
Las gotas del tiempo se derraman, mientras la carne se pudre un gramo más cada día. Las virtudes se corroen, las memorias se oxidan, y los canales de la cobardía se ejercitan noche y día.
Miel y lamento, combinados en las noches llenas de lluvia, soledad y silencio; minuto prestado, aquel en que la estancia aminora los dolores, y aumenta las ausencias.
Gabriela Montiel junio 2011
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